viernes, 4 de febrero de 2011

Poeta yauyino estudia Literatura en la Universidad Nacional del Centro del Perú- Huancayo .

NILTHON VÍLCHEZ BRUNO PRESENTÓ EL PASADO 28 DE DICIEMBRE EN EL DISTRITO DE ALIS SU LIBRO DE POESÍA: MIS PRIMERAS SOLEDADES
 

“Estamos ebrios/ de dolor/ Usurpemos con furor al conformismo/ Yo pondré metáforas desenvainadas/ y desempolvaré los bolsillos/ tan llenos/ tan llenos; de miseria y tristeza”.
Estos versos, que recuerdan a los tronantes de Luis Nieto y a los de Alejandro Romualdo, marcan la cima del empuje espiritual de dolor e indignación, cual tormenta desencadenándose, de la voz poética de Nilthon Vílchez.
Él es un hombre preocupado por dotarse de imágenes, símbolos y metáforas para vivir y comprender la realidad. No es que busque evadir lo real, sino que su mirada atrapa las vicisitudes humanas que el fango de la frivolidad pretende esconder para no pensar en ellas.
En sus versos, aun cuando el autor venga de una comunidad campesina como Tinco, asentada en Yauyos, Región Lima, la posmodernidad es elocuente. Esto que parecía una cuestión cultural puramente urbana ha trascendido al mundo rural.
La soledad tejida por Vílchez no es la andina, la comunitaria, sino la personal: “Desciende pronto, ¡Pronto!, para no irme a inundar tu casita/ Domingo noche y tu hijo te sigue esperando ¡bien peinadito!”.

El individuo que se reconoce como tal, otra característica de la posmodernidad, circula en este poemario en medio de dolor, tristeza y nostalgia. Por lo demás la posmodernidad no crea sujetos alegres, llenos de éxtasis, plenos de vitalidad, como los sujetos poéticos de Walt Whitman, sino seres deprimidos, tristes, confundidos y unidimensionales.

En tales circunstancias la poesía, como al parecer pretende el poeta, desnuda las interioridades en busca de verdades humanas. El dolor y la nostalgia lo llevan a querer a un ser humano limpio, libre, puro, que está escondido en algún
pliegue del alma.

“Mis impulsos aún te recuerdan”, “Nada, vociferar el paradisiaco mundo de Dios”, “Ensangrentado cogí, una pluma y marchamos”, “El canto de los pajarillos es también un profundo silencio”, “Al compás de mi enfermo corazón”, “Cheqche y Huamanripa curan mis penas amargas”, “Las gotas nocturnas de mi corazón”, “Segado, sordo y mudo, mejor sería mi respiro”, “Yo le robo a mi corazón su felicidad”.

Cada idea, cada verso, permite comprender el anidamiento del espíritu de lucha interna. ¿Contra qué?, ¿Contra quién? No parece haber respuesta. Mas si lo vemos en ese contexto que se respira en el poemario: el Perú, podremos darnos cuenta que es una sociedad, un Estado, una concepción humana, el telón de la tragedia.

De una tragedia diríamos, porque Vílchez en el canto a su comunidad rescata lo que el posmodernismo quiere sepultar: la identidad. Con ella enfrentar sus primeras soledades y para que no vuelva a serlo otra vez. “Cristalino el Yauyos transmite paz y amor/ resistencia a la muerte, lealtad a la vida/ Jocosos florecen los manantiales, dotados/ de fuerzas invencibles y delicado poder/ Yanapchacan, Condorcharana, Huaclacancha/ Piedra parada y Sunca, Huacuypacha y Padre Maray/ Koriac y Machay, Paccha y Pucayacu/ Enseñadnos tu entrega, enseñadnos tu identidad”.

Leer un poemario es un intercambio de subjetividades entre el lector y el autor, por lo que los sentimientos necesitan juntarse para hacerse espiritualidad. Y eso espero hagan estos versos en cada uno de ustedes.

Lic. Alberto Chavarría Muñoz*
* Escritor y docente universitario en la Facultad de Educación, Escuela de Lenguas, Literatura y Comunicación de la Universidad Nacional del Centro del Perú. Dentro de sus múltiples escritos y artículos ha publicado a la fecha dos textos muy significativos para la literatura de la zona central, una de cuentos, “La lluvia y el río” (2008 - Edición del autor) y una novela corta “La ninfa del Jericó 941” (San Marcos - 2009).

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